Cuando ella se prende un pucho, nunca fuma la primer pitada. Usa la misma para prender la braza, hace una o dos bocanadas de humo nicotinoso, y lo apoya en el cenicero.
Recién la próxima vez que lo levanta de su inercia, aspira de su cigarrillo, y se pone a escribir:
Laura, sí, llamémosla Laura.
Y se prepara para viajar en el tiempo y espacio para ubicar allí a su personaje.
En la torre de un antiguo e inmenso castillo, en frente de la mas pequeña y única ventana del mismo, Elizabeth se sienta en una simple silla de madera mirando el anochecer.
Su mirada estaba perdida en el horizonte y su pensamiento en un lugar mucho mas lejano y oscuro.
Quieta estuvo, y en silencio, por casi una hora cuando se decidió a reaccionar. Agarró entonces un viejo pergamino, mojó una pluma en el tintero y procedió a escribir. Acababa de hacer algo horrible, y no era la primera vez.
El mundo de Laura y el de Elizabeth era el mismo. La diferencia era de siglos, y hasta de continentes. No hablaban el mismo idioma, y ni siquiera se conocían, pero estaban conectadas. Un error había ocurrido. De alguna forma éstas dos mujeres se entendían, a pesar de todo, y se sentían.
Las dos sentadas frente a alguna ventana que daba a diferentes lugares y tiempos, se proponían a escribir.
Entonces Elizabeth comenzó con su relato:
Querido lector:
Procedo a escribir lo siguiente, para que quede constancia en escrito, de los demonios que me atormentan. Pues son ellos quienes no me dejan dormir, cantándome canciones al oído, acompañados por un coro de fantasmas desfigurados. Me dicen cosas, yo las hago, y luego me torturan aquellos antes torturados por mí.
Quiero dejar en claro que me hago cargo de lo que he hecho, y que seguiré haciéndolo mientras mis facultades me lo permitan, pues nadie sabe de mí, y nadie me detendrá.
Confieso también, que no tengo cargo de conciencia y no temo a ninguna repercusión.
He aquí mis secretos, en este pergamino, para quién sea que lo lea.
Yo, Elizabeth, he asesinado a dieciséis mujeres. Luego de matarlas, utilizando un instrumental especialmente hecho a mi pedido, las corto cual ganado. De sus partes, elijo la más bella, y me la como.
Sé que no es algo normal para hacer. Sé que no es noble, pero soy Condesa, y las leyes nunca se aplicarán a mí.
Mi abuela siempre dijo “Uno es lo que come”, y ella fue la persona más sabia que conocí.
Pero hay un precio que pagar por la belleza, lo aprendí en el camino.
Aquellas voces que me atormentan son mi castigo, pero la belleza no se esfuma.
Soy la mujer más bella en Hungría, todos lo saben. Los secretos de belleza no se comparten, si así fuera, ¿cómo funcionaría la competencia?
A los veintitrés años comenzó mi experimentación, con una criada. Su nombre era Elouise, y aunque su belleza no superaba a la mía, tenía algo especial que la hacía hermosa.
Después de semanas de analizarla, descubrí que había algo en su nariz que hacía que la suma de sus facciones den un aire de belleza mágica, como la de un hada.
Fue entonces que mis experimentos comenzaron, aquí, en la torre del castillo. La llamé con falsas intenciones, y mientras ella no veía, la acuchillé por la espalda.
No tenía experiencia en ese entonces, hice un desastre y no me bañé en su sangre (en ese entonces me bañaba en leche, otro secreto de la abuela). Pero sí cociné su nariz.
La carne humana tiene un gusto especial. Algunos creen que al comerse a otro ser humano uno absorbe su alma. Pero no es eso porque lo hice. Lo hice por su belleza nata. Como la de un hada.
No fue sorpresa para mí que nadie venga a reclamar a la pobre Elouise. Lo que sí fue sorpresa fue cómo la gente de repente me admiraba más de lo común, y elogiaba mi belleza más que nunca.
El celular de Laura empezó a sonar, alejándola de la Condesa Elizabeth y sus secretos:
_ ¿Hola?
_ Lau, ¿Qué hacés? Te estoy tratando de ubicar hace una hora. ¿Por qué no atendías?
_ ¿Eh? ¿En serio, ma? No sé, no habré escuchado el teléfono.
_ Ah, okay. ¿Que andabas haciendo que quedaste sorda de repente?
_ Nada, escribía un relato.
_ ¿De qué?
_ Mmm, de una condesa que comía gente porque creía seriamente que “uno es lo que come”.
_ No Lau. ¿Me estas hablando en serio?
_ Sí ma, es ficción, no pasa nada.
_ Lau, ¿Cómo se llama tu condesa?
_ ¿Y eso que tiene que ver con qué?
_ Y decime, porque si se llama Elizabeth me empiezo a asustar.
_ ¿Cómo sabías? Si acabo de empezar a escribir.
_ ¡Dios, Lau! ¿De donde sacaste lo de la Condesa? ¿Te contó tu abuela?
_ ¿De que, ma? Lo acabo de inventar ¡No existe la condesa!
_ Si existe Lau, es la Condesa Elizabeth de Báthory. “La Condesa Sangrienta”
_ ¡Que buen título!, gracias má.
_ Laura, me preocupas. Quiero saber quién te contó de la Condesa.
_ Nadie má. ¿Me dejás seguir? Estaba inspirada.
_ Lau, en serio te hablo..
_ Bueno má, seguro es un personaje verdadero.. ahora puedo seguir con mi personaje “histórico”? Dejame a mí que le invento una vida re copada.
_ ¡Dios! ¡No entendés nada vos!
_ Bueno, no me importa, adiós madre ¡Nos vemos el finde!
Recién la próxima vez que lo levanta de su inercia, aspira de su cigarrillo, y se pone a escribir:
Laura, sí, llamémosla Laura.
Y se prepara para viajar en el tiempo y espacio para ubicar allí a su personaje.
En la torre de un antiguo e inmenso castillo, en frente de la mas pequeña y única ventana del mismo, Elizabeth se sienta en una simple silla de madera mirando el anochecer.
Su mirada estaba perdida en el horizonte y su pensamiento en un lugar mucho mas lejano y oscuro.
Quieta estuvo, y en silencio, por casi una hora cuando se decidió a reaccionar. Agarró entonces un viejo pergamino, mojó una pluma en el tintero y procedió a escribir. Acababa de hacer algo horrible, y no era la primera vez.
El mundo de Laura y el de Elizabeth era el mismo. La diferencia era de siglos, y hasta de continentes. No hablaban el mismo idioma, y ni siquiera se conocían, pero estaban conectadas. Un error había ocurrido. De alguna forma éstas dos mujeres se entendían, a pesar de todo, y se sentían.
Las dos sentadas frente a alguna ventana que daba a diferentes lugares y tiempos, se proponían a escribir.
Entonces Elizabeth comenzó con su relato:
Querido lector:
Procedo a escribir lo siguiente, para que quede constancia en escrito, de los demonios que me atormentan. Pues son ellos quienes no me dejan dormir, cantándome canciones al oído, acompañados por un coro de fantasmas desfigurados. Me dicen cosas, yo las hago, y luego me torturan aquellos antes torturados por mí.
Quiero dejar en claro que me hago cargo de lo que he hecho, y que seguiré haciéndolo mientras mis facultades me lo permitan, pues nadie sabe de mí, y nadie me detendrá.
Confieso también, que no tengo cargo de conciencia y no temo a ninguna repercusión.
He aquí mis secretos, en este pergamino, para quién sea que lo lea.
Yo, Elizabeth, he asesinado a dieciséis mujeres. Luego de matarlas, utilizando un instrumental especialmente hecho a mi pedido, las corto cual ganado. De sus partes, elijo la más bella, y me la como.
Sé que no es algo normal para hacer. Sé que no es noble, pero soy Condesa, y las leyes nunca se aplicarán a mí.
Mi abuela siempre dijo “Uno es lo que come”, y ella fue la persona más sabia que conocí.
Pero hay un precio que pagar por la belleza, lo aprendí en el camino.
Aquellas voces que me atormentan son mi castigo, pero la belleza no se esfuma.
Soy la mujer más bella en Hungría, todos lo saben. Los secretos de belleza no se comparten, si así fuera, ¿cómo funcionaría la competencia?
A los veintitrés años comenzó mi experimentación, con una criada. Su nombre era Elouise, y aunque su belleza no superaba a la mía, tenía algo especial que la hacía hermosa.
Después de semanas de analizarla, descubrí que había algo en su nariz que hacía que la suma de sus facciones den un aire de belleza mágica, como la de un hada.
Fue entonces que mis experimentos comenzaron, aquí, en la torre del castillo. La llamé con falsas intenciones, y mientras ella no veía, la acuchillé por la espalda.
No tenía experiencia en ese entonces, hice un desastre y no me bañé en su sangre (en ese entonces me bañaba en leche, otro secreto de la abuela). Pero sí cociné su nariz.
La carne humana tiene un gusto especial. Algunos creen que al comerse a otro ser humano uno absorbe su alma. Pero no es eso porque lo hice. Lo hice por su belleza nata. Como la de un hada.
No fue sorpresa para mí que nadie venga a reclamar a la pobre Elouise. Lo que sí fue sorpresa fue cómo la gente de repente me admiraba más de lo común, y elogiaba mi belleza más que nunca.
El celular de Laura empezó a sonar, alejándola de la Condesa Elizabeth y sus secretos:
_ ¿Hola?
_ Lau, ¿Qué hacés? Te estoy tratando de ubicar hace una hora. ¿Por qué no atendías?
_ ¿Eh? ¿En serio, ma? No sé, no habré escuchado el teléfono.
_ Ah, okay. ¿Que andabas haciendo que quedaste sorda de repente?
_ Nada, escribía un relato.
_ ¿De qué?
_ Mmm, de una condesa que comía gente porque creía seriamente que “uno es lo que come”.
_ No Lau. ¿Me estas hablando en serio?
_ Sí ma, es ficción, no pasa nada.
_ Lau, ¿Cómo se llama tu condesa?
_ ¿Y eso que tiene que ver con qué?
_ Y decime, porque si se llama Elizabeth me empiezo a asustar.
_ ¿Cómo sabías? Si acabo de empezar a escribir.
_ ¡Dios, Lau! ¿De donde sacaste lo de la Condesa? ¿Te contó tu abuela?
_ ¿De que, ma? Lo acabo de inventar ¡No existe la condesa!
_ Si existe Lau, es la Condesa Elizabeth de Báthory. “La Condesa Sangrienta”
_ ¡Que buen título!, gracias má.
_ Laura, me preocupas. Quiero saber quién te contó de la Condesa.
_ Nadie má. ¿Me dejás seguir? Estaba inspirada.
_ Lau, en serio te hablo..
_ Bueno má, seguro es un personaje verdadero.. ahora puedo seguir con mi personaje “histórico”? Dejame a mí que le invento una vida re copada.
_ ¡Dios! ¡No entendés nada vos!
_ Bueno, no me importa, adiós madre ¡Nos vemos el finde!
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