La casa Stevenson estaba en venta hacía diez años ya.
Cuenta la historia que en el invierno del año 1988 un terrible asesinato había sucedido allí. Dícese que el 14 de Julio de ese año, a las 22:40 horas, James Stevenson mató a su mujer a sangre fría y la amuró en el desván.
Yo se la verdadera historia. Mi nombre es Tom Robinson y voy a contarles lo que verdaderamente ocurrió ese invierno:
Sarah Stevenson era muy infeliz. Su marido era un buen hombre, pero muy ambicioso. Desde su casamiento en el año 1984 su relación había deteriorado notablemente. James ya no era cariñoso con ella, ya no le traía flores, ya no la llamaba por teléfono al medio día, ya se olvidaba de sus aniversarios y parecía también que de sus cumpleaños. Siempre llegaba con regalos comprados a último momento que no tenían toque el personal que una vez tuvieron, y era ya sabido por Sarah que la secretaria de James era quién se encargaba de comprarlos.
En fin, el amor ya no estaba. Casi ni se hablaban ya, más que algunas palabras vanas durante la cena.
James se había transformado durante esos años en socio de su bufete de abogados. Sarah bromeaba con que él en realidad se había casado con el estudio, pues allí dedicó toda su atención durante esos cuatro años de casados. Y dio frutos, al contrario de su matrimonio: Sarah quería tener hijos, pero James estaba muy ocupado con temas legales.
Todos éstos factores fueron de a poco destrozando a la joven Sarah. Ella era preciosa y se había casado con su novio de la secundaria, parecían tener un futuro prometedor. Eran la pareja envidiada por todos, hasta que Sarah hizo lo que hizo.
Ella deseaba un bebé y James no se lo daba. Ella deseaba amor, cariño, pasión: y James no se los daba. Pero ya no estaba tan triste, pues todo aquello que su marido no le podía dar, ella lo encontró en otro lado. Su amorío con este nuevo personaje duró un mes. Y todos sus secretos se escondían entre las sábanas de la cama que ella compartía con su marido.
Sarah ya no se sentía culpable, su marido ignoraba completamente lo que ella hacía durante el día, y ni siquiera se molestaba en averiguarlo ¿Qué importaba entonces? Ella era feliz con su amante, y él era feliz con su estudio. Se podría decir que, en ese entonces, eran un matrimonio perfecto. Hasta que James se enteró. Las sábanas de aquella cama dejaron escapar sus secretos aquél 14 de Julio, y James al fin pudo entender todo lo que su mujer hacía mientras él trabajaba. Al fin entendió las señales del adulterio de Sarah.
El juicio duró un año, y el jurado concluyó en crimen pasional. James se salvó de la cámara de gas gracias a sus altos conocimientos del manejo de la ley, pero no de la cadena perpetua. La evidencia más importante que presentó el fiscal, fue la sábana de aquella cama, que contenía el semen del amante de Sarah, y la sangre de la misma. Los forenses descubrieron entonces que ella al fin estaba embarazada.
Yo fui uno de los testigos principales del juicio de “La gente vs. Stevenson”, y debo admitir que hubiese vendido mi alma para que lo manden a la cámara de gas. Después de todo, no solo mató a mi Sarah, sino a mi hijo también.
Cuenta la historia que en el invierno del año 1988 un terrible asesinato había sucedido allí. Dícese que el 14 de Julio de ese año, a las 22:40 horas, James Stevenson mató a su mujer a sangre fría y la amuró en el desván.
Yo se la verdadera historia. Mi nombre es Tom Robinson y voy a contarles lo que verdaderamente ocurrió ese invierno:
Sarah Stevenson era muy infeliz. Su marido era un buen hombre, pero muy ambicioso. Desde su casamiento en el año 1984 su relación había deteriorado notablemente. James ya no era cariñoso con ella, ya no le traía flores, ya no la llamaba por teléfono al medio día, ya se olvidaba de sus aniversarios y parecía también que de sus cumpleaños. Siempre llegaba con regalos comprados a último momento que no tenían toque el personal que una vez tuvieron, y era ya sabido por Sarah que la secretaria de James era quién se encargaba de comprarlos.
En fin, el amor ya no estaba. Casi ni se hablaban ya, más que algunas palabras vanas durante la cena.
James se había transformado durante esos años en socio de su bufete de abogados. Sarah bromeaba con que él en realidad se había casado con el estudio, pues allí dedicó toda su atención durante esos cuatro años de casados. Y dio frutos, al contrario de su matrimonio: Sarah quería tener hijos, pero James estaba muy ocupado con temas legales.
Todos éstos factores fueron de a poco destrozando a la joven Sarah. Ella era preciosa y se había casado con su novio de la secundaria, parecían tener un futuro prometedor. Eran la pareja envidiada por todos, hasta que Sarah hizo lo que hizo.
Ella deseaba un bebé y James no se lo daba. Ella deseaba amor, cariño, pasión: y James no se los daba. Pero ya no estaba tan triste, pues todo aquello que su marido no le podía dar, ella lo encontró en otro lado. Su amorío con este nuevo personaje duró un mes. Y todos sus secretos se escondían entre las sábanas de la cama que ella compartía con su marido.
Sarah ya no se sentía culpable, su marido ignoraba completamente lo que ella hacía durante el día, y ni siquiera se molestaba en averiguarlo ¿Qué importaba entonces? Ella era feliz con su amante, y él era feliz con su estudio. Se podría decir que, en ese entonces, eran un matrimonio perfecto. Hasta que James se enteró. Las sábanas de aquella cama dejaron escapar sus secretos aquél 14 de Julio, y James al fin pudo entender todo lo que su mujer hacía mientras él trabajaba. Al fin entendió las señales del adulterio de Sarah.
El juicio duró un año, y el jurado concluyó en crimen pasional. James se salvó de la cámara de gas gracias a sus altos conocimientos del manejo de la ley, pero no de la cadena perpetua. La evidencia más importante que presentó el fiscal, fue la sábana de aquella cama, que contenía el semen del amante de Sarah, y la sangre de la misma. Los forenses descubrieron entonces que ella al fin estaba embarazada.
Yo fui uno de los testigos principales del juicio de “La gente vs. Stevenson”, y debo admitir que hubiese vendido mi alma para que lo manden a la cámara de gas. Después de todo, no solo mató a mi Sarah, sino a mi hijo también.
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