Esa cosa que tiembla al ver lo que mis ojos proyectan, y grita y se retuerce de dolor al sentir lo que mi piel siente, trata de escapar mi cuerpo hecho de carne pero queda atrapado tras la barrera emocional que mi mente tuvo que crear cuando te fuiste. No hay explicación a la forma de actuar de mi mecanismo de defensa, es emocional, es un defecto y una reacción involuntaria que quedó de secuela cuando te perdí. Es un oscuro y triste ser, sin ningún propósito de vida más del que enfermarme poco a poco luchando hasta con mi esqueleto. Mi espíritu trata de defenderse, reza y ruega por un mínimo respeto. Es imposible dejarlo adentro a convivir conmigo, me mata lentamente y sufro un dolor imposible de describir pero, a la vez, es imposible dejarlo ir. Sería como un parto de un niño de seis años que por dentro estruja mis órganos sólo por diversión. Es un dolor indescriptible que, irónicamente, tengo el placer de sentir. Pues tuve que sentir lo contrario para ser víctima de él, tuve que sentirme llena de júbilo y se me regaló la oportunidad de oír a un coro de ángeles cantar el “aleluya” sólo por ti, y solo para mi. Fui tan afortunada que ahora sólo queda sufrir, mejor dicho, sufrirte. Es la única forma en la cual puedo mantenerte conmigo, aunque sea difícil de entender, son los síntomas de la enfermedad que mató a una estúpida masoquista, en busca de un amor que no era correcto, y siempre fue contra las reglas.
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