jueves, 12 de agosto de 2010

El Grito del Viento

Susurraba en un principio, apenas movía las hojas que silenciosamente bailaban por la calle Larrea. Encerrados un edificio, los locos se reían sin razón comprensible para la sociedad dado su status. Fumaban un cigarrillo tras otro en un espacio cerrado, y hablaban de sus respectivas mentes perturbadas. Metafórica, o tal vez subliminalmente, se mencionaban las bifurcaciones entre lo que quieren que sean y lo que verdaderamente son. Se hablaba del arte, en cualquiera de sus formas, cómo un factor determinante en la mentalidad de algunos. La inspiración en los espacios grises era casi nula, tanto que alguno de ellos no tuvo mejor idea que escribir sobre las hojas en blanco, y la nada. Se mencionaron también cosas cómo el aburrimiento que causa la cotidianidad, lo rutinario, y lo previsto. Lo difícil que es reconocer tus estados anímicos estando estabilizado, sobretodo con medicación. En sus tiempos de libertad, antes de sus respectivas internaciones en clínicas psiquiátricas, ellos vivían a flor de piel. Sus emociones regían, y como protagonistas sensibles del ser, eran extremistas y cambiantes. Tranquilamente, o vertiginosamente, se balanceaban en la línea que separaba al bien del mal. Caminaban lentamente por las vías de la estación, mirando a su alrededor las maravillas de la vida, parando en todas las estaciones anímicas habidas y por haber. Se preguntaban todo sin aceptar las verdades que otros impusieron. Tampoco aceptaban las reglas del juego que nunca aceptaron jugar. Ellos tenían sus propios principios, sus propios valores, sus propias ideas y hacían sus propios caminos mientras los recorrían. Paraban algunos seriamente ante las bifurcaciones, a pensar cuál camino sería mejor, o si podrían ir por uno y volver atrás para pasar por el otro. Los demás se negaban a pensar en esas mismas situaciones, y actuaban por instinto. Puro instinto animal. Una joven que pertenecía al grupo de los perdidos, pensaba lo siguiente: Muchos años de su vida habían pasado dejando que su espíritu corra libremente por dónde sea que quiera. Lo había dejado batallar con su mente, a punto tal que sólo él tomaba las decisiones. Se había complotado con el mencionado instinto animal, y habían amordazado a su razón. Era aquél, el espíritu aventurero, quién detestaba la estabilidad. Era él quién ahora la tenía tan confundida. Efecto colateral si los hay. En ese tiempo buscaba el equilibrio, pero sin soportar la rutina. Quería paz, pero se alimentaba de los cambios drásticos. Tenía un cóctel diario de sensaciones preferidas, entre ellas estaba por supuesto, la aventura, un poco de acción y suspenso, algo de terror para mantenerlo interesante, una gran dosis de adrenalina, y todo esto “on the rocks” con una pizca de olvido. La joven optó por ese camino y adoptó esa forma de vida. Eso hizo que se mantuviera en pie por años. Gracias al valor de su espíritu, su cuerpo sobrevivió mientras caminaba sobre brazas hirviendo que provenían del infierno de las agonías del pasado. Por eso ella le seguía agradeciendo, a pesar de las secuelas que aquél viaje le dejó. No le guarda ningún rencor, ni lo culpa por haber actuado cómo lo hizo, dadas las circunstancias en las que ella se encontraba. Ahora, en aquél cuarto cerrado lleno de humo (manejado por alguna psicóloga) se encontraba entre gente afín, hablando de cosas cómo ésta, en el fondo del fondo de las palabras que mencionaba. Entre ellos se entendían. Los renegados, los rebeldes, los perdidos, los confundidos, los diferentes, los náufragos a la deriva. Discutían entonces sobre la vida en el espacio gris, y las sensaciones que éste les generaba. Repito entonces, la inspiración parecía ser casi nula ¿Cómo pintar, escribir o componer si no hay algún suceso que rompa con lo cotidiano? Muchos se preguntaban dónde estaría la felicidad escondida en ésta meseta donde se los había ubicado. La psicóloga hablaba, pero los locos hablaban entre sí. Sin saberlo, encerrados entre cuatro paredes y debajo de una gran nube de humo, afuera el tiempo revolucionaba las calles. El viento parecía tratar de denunciar algo, quería ser escuchado. Quería que lo sientan y recuerden el poder que tiene. Mientras tanto los chicos comían chupetines, y alguno que otro, un caramelo. Entonces se presentó ante ellos un momento de recreación. Era hora de ver una película, Amelie. Estaban todos concentrados, alguna risa de repente, algún comentario de alguno que no entendía lo que estaba pasando, y otros en el cuarto del fondo jugando a la Generala. Dentro de todo, entre el francés de fondo y el excelente apoyo musical de la película, había silencio. Hasta que un sonido casi desconocido irrumpe en el salón. Era un susurro que gradualmente iba subiendo el tono hasta asemejarse a un fuerte silbido, un canto de cuna, o un grito de enojo. Era constante pero cambiante. Era sin duda especial. Era el viento que quería hacer su acto de presencia para que ellos volvieran a despertar. Todos lo notaron. Llegó el fin, eran casi las 7 de la tarde de aquél mes de Agosto, y el grupo terapéutico del Hospital de Día se preparaba para salir. Agarraron sus respectivos abrigos, algunas bufandas algunos pañuelos, y comenzaron a caminar por aquél pasillo que ya era familiar, hasta las escaleras de emergencias que ellos habitualmente usaban. En el afuera, el viento rugía con fuerza. Las hojas de los árboles ya no bailaban, sino que volaban despavoridas ante la furia que éste demostraba. El agua de alguna lluvia de algún momento, temblaba de frío y de temor. Ellos salieron del gran portón de vidrio, ya habiendo descargado, ya un poco más livianos. Alguno se puso los auriculares y comenzó a caminar hacia el colectivo, otras se propusieron a seguir su camino a pie luchando contra el viento, mientras algunos esperaban allí, absorbiendo. Aquella joven que yo alguna vez conocí, se alejó del refugio que la entrada al edificio le ofrecía, y enfrentó a la iracunda fuerza de la naturaleza. El sonido que ésta producía le llamaba. Sus ojos lloraban tal vez, un poco, dada la potencia del enfrentamiento y las pequeñas moléculas de suciedad o polvo que el mismo le enviaba. Su tapado revoloteaba hacia la dirección que la furiosa brisa señalaba, y ella mantenía su postura de ponérsele en contra ¿Qué pasa cuando una fuerza indetenible se encuentra con un objeto inmovible? Siempre supo la pregunta, pero nunca la respuesta. Ella estaba feliz de haber podido mantener una mariposa sobre su mano en algún momento de ese día, y no tenía ganas de pensar en mucho más. A toda ésta batalla, ella concluyó con un simplemente ingenuo y soñador: Estoy volando.

1 comentario:

  1. leo esto una y otr vez , ocultandome ...lo quehago no esta bien.
    Pero vivo de pasado y lo se , es mi unica manera de tenerte un rato en mi vida , leer lo que escribis me hace sentirte cerca, no pued , no debo , tampoco me dejan.
    Pero esto le aporta l adrenalina qe tanto deseo , esa adrenalina que solo conoci con os .
    Perdon no debo ... me encuntro cadadia pensando mas y mas en vos ... N se porqe y no qiero pero no puedo controlarlo

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