Me siento en ésta computadora todos los días a mirar alguna hoja vacía para rellenar. No siempre tengo algo que decir, o no siempre sé cómo decirlo. Sin embargo, hay algo en mí que necesita salir. Salir de mi mente, de mi cuerpo. Tal vez pienso con mis dedos en el teclado. O simplemente no tengo sentido. Sigo desesperando a pesar de la medicación. Ahora no sólo por la magia perdida, sino también por la libertad condicionada. Sigo desesperando. Va más allá de terapia, más allá de la religión, más allá de todo lo que creo saber. Tan lejos está que no puedo reconocerlo, identificarlo, transmitirlo. Me canso de las metáforas a veces, siento que la poesía carece de utilidad. Pero mi ser quema por dentro. Arde. No sé si está en mi espíritu, en mi mente o en mi cuerpo. No sé por qué está ni qué quiere. No sé el propósito. Esa búsqueda de la verdad que sabe que no hay verdad. Que cada uno tiene su verdad. Cada uno tiene su verdad... Desespero.
miércoles, 25 de agosto de 2010
miércoles, 18 de agosto de 2010
Campamento de Locura
Tengo que aprender a convivir con mi mente, ya no lo puedo aplazar.
No solo un monopolio de intensas sensaciones protagonizar.
En un Campamento de Locura,
los participantes se ven atrapados.
Muchos temen ser normalizados,
otros absorben sensaciones
de los problemas avanzados.
Las reglas de comportamiento son claras: No hagan NADA sin nuestra autorización. No corran, no salten... No rían sin razón ni vivan con pasión. No piensen en sus cabezas, compártanlo. No apoyen los pies en las mesas, supérenlo. No expresen su desesperación, pero no censuren su expresión. No se permiten cinturones, espejos ni cordones. No se junten de a montones, no busquen sus reflejos, ni escuchen las razones.
No solo un monopolio de intensas sensaciones protagonizar.
En un Campamento de Locura,
los participantes se ven atrapados.
Muchos temen ser normalizados,
otros absorben sensaciones
de los problemas avanzados.
Las reglas de comportamiento son claras: No hagan NADA sin nuestra autorización. No corran, no salten... No rían sin razón ni vivan con pasión. No piensen en sus cabezas, compártanlo. No apoyen los pies en las mesas, supérenlo. No expresen su desesperación, pero no censuren su expresión. No se permiten cinturones, espejos ni cordones. No se junten de a montones, no busquen sus reflejos, ni escuchen las razones.
Piel de gallina para los atrevidos, los saltarines, los potenciados, los intensamente arriesgados. Pesadilla de soñadores, cárcel de creadores: Acércate joven, tengo algo para ti. Es una correa y una cadena, para que te parezcas más a mí.
_ Míralo a él, es ordenado, es responsable.
_ Llama entonces a mi abogado, no me interesa lo razonable.
_ Mírala a ella, es cauta, es imitable.
_ No me rijo por esa pauta, me parece reprochable.
_ Míralos, son normales, son productivos.
_ Nosotros somos animales, salvajemente adictivos.
Dice el espíritu de alguno que pelea contra el Sistema Penitenciario de Mentes Extrañas. Dentro del Campamento de Locura, las reglas son claras. Tu mente es una masa y ellos son moldeadores. Si tu mente es de mármol, ellos son los talladores. Tu mente es entonces, un lienzo ya borrado. Ellos son los nuevos pintores.
Todo tipo de personajes te podés encontrar en una reunión de éstas, más allá de lo peculiar que serían sus fiestas. Una tragicomedia tras otra... Historias. Otro camino recorrido... Memorias.
Ellos son diferentes, sin duda esenciales. Ellos se pierden en sus mentes, claramente especiales. Se juntan, se entienden. Preguntan, comprenden. No son discapacitados sociales, ni psicóticos mundiales. No son resucitados joviales ni espíritus amorales. Sobreviven, imaginan. Ustedes miren, culminan. Sin duda no son jóvenes normales. Se destacan por sus instintos animales, y por por sus sueños descomunales.
Entonces se hace el fogón, cada uno lleva su ramita. Algunos algo de cartón, o tal vez alguna curita. Se queman diarios íntimos, y pensamientos ínfimos. Se queman ideas suicidas, algún roto salvavidas, y el viejo paracaídas. Arden los demonios, los fallidos matrimonios, los viejos patrimonios, y los explayados testimonios. Arden las voces y los roces. Arde el silencio tragado, el llanto aguantado, el límite ignorado, y el cuerpo desalmado. Arden viejas fantasías, algunas travesías, falsas profecías, y la espera del Mesías. Todo quema, todo arde. No te aflijas, nunca es tarde. Los chicos soplan, potencian el viento. Las risas acoplan y yo no miento. El fuego va creciendo, los chicos viviendo. Entre ellos la verdad se esconde, tan profundo que no saben dónde. Mírense a los ojos gente peculiar. Libérense de los despojos, empiecen a pelear. Olvídense del campamento, lo peor ya pasó. Vivan el momento, el ruiseñor ya cantó.
jueves, 12 de agosto de 2010
El Grito del Viento
Susurraba en un principio, apenas movía las hojas que silenciosamente bailaban por la calle Larrea. Encerrados un edificio, los locos se reían sin razón comprensible para la sociedad dado su status. Fumaban un cigarrillo tras otro en un espacio cerrado, y hablaban de sus respectivas mentes perturbadas. Metafórica, o tal vez subliminalmente, se mencionaban las bifurcaciones entre lo que quieren que sean y lo que verdaderamente son. Se hablaba del arte, en cualquiera de sus formas, cómo un factor determinante en la mentalidad de algunos. La inspiración en los espacios grises era casi nula, tanto que alguno de ellos no tuvo mejor idea que escribir sobre las hojas en blanco, y la nada. Se mencionaron también cosas cómo el aburrimiento que causa la cotidianidad, lo rutinario, y lo previsto. Lo difícil que es reconocer tus estados anímicos estando estabilizado, sobretodo con medicación. En sus tiempos de libertad, antes de sus respectivas internaciones en clínicas psiquiátricas, ellos vivían a flor de piel. Sus emociones regían, y como protagonistas sensibles del ser, eran extremistas y cambiantes. Tranquilamente, o vertiginosamente, se balanceaban en la línea que separaba al bien del mal. Caminaban lentamente por las vías de la estación, mirando a su alrededor las maravillas de la vida, parando en todas las estaciones anímicas habidas y por haber. Se preguntaban todo sin aceptar las verdades que otros impusieron. Tampoco aceptaban las reglas del juego que nunca aceptaron jugar. Ellos tenían sus propios principios, sus propios valores, sus propias ideas y hacían sus propios caminos mientras los recorrían. Paraban algunos seriamente ante las bifurcaciones, a pensar cuál camino sería mejor, o si podrían ir por uno y volver atrás para pasar por el otro. Los demás se negaban a pensar en esas mismas situaciones, y actuaban por instinto. Puro instinto animal. Una joven que pertenecía al grupo de los perdidos, pensaba lo siguiente: Muchos años de su vida habían pasado dejando que su espíritu corra libremente por dónde sea que quiera. Lo había dejado batallar con su mente, a punto tal que sólo él tomaba las decisiones. Se había complotado con el mencionado instinto animal, y habían amordazado a su razón. Era aquél, el espíritu aventurero, quién detestaba la estabilidad. Era él quién ahora la tenía tan confundida. Efecto colateral si los hay. En ese tiempo buscaba el equilibrio, pero sin soportar la rutina. Quería paz, pero se alimentaba de los cambios drásticos. Tenía un cóctel diario de sensaciones preferidas, entre ellas estaba por supuesto, la aventura, un poco de acción y suspenso, algo de terror para mantenerlo interesante, una gran dosis de adrenalina, y todo esto “on the rocks” con una pizca de olvido. La joven optó por ese camino y adoptó esa forma de vida. Eso hizo que se mantuviera en pie por años. Gracias al valor de su espíritu, su cuerpo sobrevivió mientras caminaba sobre brazas hirviendo que provenían del infierno de las agonías del pasado. Por eso ella le seguía agradeciendo, a pesar de las secuelas que aquél viaje le dejó. No le guarda ningún rencor, ni lo culpa por haber actuado cómo lo hizo, dadas las circunstancias en las que ella se encontraba. Ahora, en aquél cuarto cerrado lleno de humo (manejado por alguna psicóloga) se encontraba entre gente afín, hablando de cosas cómo ésta, en el fondo del fondo de las palabras que mencionaba. Entre ellos se entendían. Los renegados, los rebeldes, los perdidos, los confundidos, los diferentes, los náufragos a la deriva. Discutían entonces sobre la vida en el espacio gris, y las sensaciones que éste les generaba. Repito entonces, la inspiración parecía ser casi nula ¿Cómo pintar, escribir o componer si no hay algún suceso que rompa con lo cotidiano? Muchos se preguntaban dónde estaría la felicidad escondida en ésta meseta donde se los había ubicado. La psicóloga hablaba, pero los locos hablaban entre sí. Sin saberlo, encerrados entre cuatro paredes y debajo de una gran nube de humo, afuera el tiempo revolucionaba las calles. El viento parecía tratar de denunciar algo, quería ser escuchado. Quería que lo sientan y recuerden el poder que tiene. Mientras tanto los chicos comían chupetines, y alguno que otro, un caramelo. Entonces se presentó ante ellos un momento de recreación. Era hora de ver una película, Amelie. Estaban todos concentrados, alguna risa de repente, algún comentario de alguno que no entendía lo que estaba pasando, y otros en el cuarto del fondo jugando a la Generala. Dentro de todo, entre el francés de fondo y el excelente apoyo musical de la película, había silencio. Hasta que un sonido casi desconocido irrumpe en el salón. Era un susurro que gradualmente iba subiendo el tono hasta asemejarse a un fuerte silbido, un canto de cuna, o un grito de enojo. Era constante pero cambiante. Era sin duda especial. Era el viento que quería hacer su acto de presencia para que ellos volvieran a despertar. Todos lo notaron. Llegó el fin, eran casi las 7 de la tarde de aquél mes de Agosto, y el grupo terapéutico del Hospital de Día se preparaba para salir. Agarraron sus respectivos abrigos, algunas bufandas algunos pañuelos, y comenzaron a caminar por aquél pasillo que ya era familiar, hasta las escaleras de emergencias que ellos habitualmente usaban. En el afuera, el viento rugía con fuerza. Las hojas de los árboles ya no bailaban, sino que volaban despavoridas ante la furia que éste demostraba. El agua de alguna lluvia de algún momento, temblaba de frío y de temor. Ellos salieron del gran portón de vidrio, ya habiendo descargado, ya un poco más livianos. Alguno se puso los auriculares y comenzó a caminar hacia el colectivo, otras se propusieron a seguir su camino a pie luchando contra el viento, mientras algunos esperaban allí, absorbiendo. Aquella joven que yo alguna vez conocí, se alejó del refugio que la entrada al edificio le ofrecía, y enfrentó a la iracunda fuerza de la naturaleza. El sonido que ésta producía le llamaba. Sus ojos lloraban tal vez, un poco, dada la potencia del enfrentamiento y las pequeñas moléculas de suciedad o polvo que el mismo le enviaba. Su tapado revoloteaba hacia la dirección que la furiosa brisa señalaba, y ella mantenía su postura de ponérsele en contra ¿Qué pasa cuando una fuerza indetenible se encuentra con un objeto inmovible? Siempre supo la pregunta, pero nunca la respuesta. Ella estaba feliz de haber podido mantener una mariposa sobre su mano en algún momento de ese día, y no tenía ganas de pensar en mucho más. A toda ésta batalla, ella concluyó con un simplemente ingenuo y soñador: Estoy volando.
lunes, 9 de agosto de 2010
El Silencio de las Hojas
Estoy rodeada de hojas en silencio. Todo es blanco, sin un punto ni una coma. Sin vocales y sin consonantes. Es un vacío que me molesta. La nada me llama, me canta. Me dice que ponga en ella ese algo que la haría alguien. Mientras, yo veo en el papel millones de combinaciones diferentes. En mi cabeza todo se desubica en un tornado de ideas. Por el laberinto se esconden las palabras adecuadas, y en el fondo del pantano se encuentra la sabiduría del inculto. Hay rimas sobre el puente colgante del abismo de los impulsos. Hay un personaje principal, que perduraría post mortem, encerrado en un calabozo de acero bajo la tierra de la inseguridad. Hay impotencia, una y otra vez se repite en coro: Impotencia... Impotencia... Impotencia... En la nada llena de vacío y silencio, todo lo que no es, suena con Eco. Me molesta, me irrita. Me llama, me grita. Me da bronca no poder satisfacerlo. No poder ayudarlo a ser quién debe ser. Me desespera no poder encontrar lo que entre el blanco completo se esconde. Entonces me vuelven a llamar con su canto silencioso, y su mirada ciega... Dan vuelta mi cara hipnotizando mis ojos. Me dicen que no me distraiga. Me dicen que el vacío no es cierto. Me cantan... Que la nada será algo, cuando mis manos la moldeen. Es un principio, no puede ser peor. Es un fin para comenzar. Es un sueño en potencia... En potencia... Potencia... Potencia...
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