Me miraba la muerte, como esperando que deje todo y vaya con él. Por supuesto que no lo haría.
_ ¿Qué quieres conmigo?
Le dije.
_ A ti.
Me dijo.
Me acerqué hacia él, no estaba sorprendida. Tampoco asustada.
_ ¿Qué quieres conmigo?
Le repetí.
_ A ti.
Estaba ya a un paso de él, agarré su mano y la apoyé en mi pecho. Sentí como él sentía mis latidos.
_ ¿Qué quieres de mi?
Reformulé.
_ Llevarte.
Me dijo.
Lo miré a los ojos, y lo vi leerme entre miradas y latidos.
_ No terminé todavía.
No contestó. En sus ojos pude ver que la duda lo carcomía. Todavía su mano estaba en mi pecho, y sintió mis latidos acelerarse antes de que lo bese.
_ ¿Entiendes ahora?
Él se apartó de mí. Sus frías y pálidas manos temblaban. No estaba acostumbrado a los síntomas del amor. Me dijo:
_ Entiendo.
Vi dos lágrimas caer sobre sus mejillas.
_ Nos volveremos a ver.
Me dijo.
_ Hasta entonces.
Le dije.
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